lunes, 14 de julio de 2014

Del baile de los que sobran

Fuente: Sergio Larraín

El baile de los que sobran, fue el baile de las mayorías marginadas, aquellas que de vez en cuando eran traducidas en cifras, pero que jamás han sido los artífices ni productores de su futuro. Los marginados más bien, se constituyen en virtud de una férrea resistencia a los cánones de normalidad que rige a la sociedad, en pugna, y por ello el problema como tal es mucho más complejo del que nos presentan las instituciones de caridad y el Estado. Pues no se trata simplemente de que el pobre es pobre porque quiere, sino que el pobre es tal porque no existen los mecanismos de movilidad tan presente en los discursos hegemónicos, ni las instituciones que funcionan de amortiguadores para los que ‘caen en desgracias’, permiten dar cabida a otras formas de habitar. En ese sentido, ¿de todas las cosas que usted posee, por ejemplo, su auto, su casa, su ropa, e incluso el alimento, cuáles de ellas no han sido comprados con el crédito? Sin el crédito, muchos estarían bajo la línea de la pobreza que cuantifica esa realidad, intenta medirla, pero que en sí misma no es esa realidad. Cabe destacar aquí, que el crédito como fórmula es más antiguo de lo que se cree, es un símil de las relaciones de reciprocidad simbólica que han compartido ciertas tribus a lo largo de la historia, que como tal se transforma en un mecanismo para mantenerse conectados y que el intercambio de bienes sea eficiente para el sistema en el que forman parte; un pueblo le da a otro lo que no tiene, y viceversa, por un tiempo suficiente que les permita mantener el ciclo vinculante. No obstante, en el capitalismo ese mecanismo –como muchos otros- se radicalizan contribuyendo a la generación de lo absurdo. El deudor, también marginal, vive amarrado a otra persona (que en las sociedades modernas adquiere el apellido de “jurídicas”), y en donde la estructura política garantiza que esa cadena no se rompa a través de sus aparatos de coerción.

El baile de los que sobran de los tan manoseados 80s, no solo fue una canción popular por ese entonces, significó un himno para muchos jóvenes en las poblaciones, jóvenes sin esperanzas, padres de los hoy llamados “delincuentes”. Trasciende de esta forma a su época para llegar a la nuestra, en donde el neoliberalismo como sistema se ha profundizado de una manera impensada, incontrolada. Y cuando digo sistema no lo hago con un panfleto bajo el brazo, lo digo en términos sociológicos, es decir, todos los elementos que conforman la estructura política son necesarios para mantener en función las relaciones que se producen bajo el neoliberalismo. Las partes hacen el todo, y para mantener el organismo saludable esos elementos deben estar en completa armonía con sus funciones. El problema es que los organismos se enferman, cumplen un ciclo y deben pasar a mejor mundo. El neoliberalismo ya dejó de ser un modelo económico, he ahí su gran dificultad, hoy permea la cultura y las diversas racionalidades que intervienen en el espacio público del país, de ahí su actitud se ve como desbordada; aquí se produce una paradoja también, pues en un modelo que resalta y pone un constante énfasis en la privatización de la economía, de la vida y el cuerpo, todo el debate público –de la cosa pública-  gira en torno al individuo, se anula de esta forma al sujeto y al colectivo. Un sujeto es tal cuando adquiere conciencia de sí, desde donde puede transformar su naturaleza, su realidad, junto con otros sujetos, desde donde se constituye la comunidad societaria. Es allí donde se produce uno de los tantos conflictos en nuestra sociedad; por un lado, el sistema que adquiere vida propia necesita de la anulación del sujeto para mantenerse “sano”, pero por otro lado, esa función atenta contra una de las tendencias naturales del ser humano, que es su propensión a agruparse, a formar tribus, a generar comunidad. “El hombre es social por naturaleza”, nos decía el viejo Marx, y no se equivocaba. Cuando este sistema buscó desmembrar el antiguo orden, desarmando todo órgano intermedio que participaba en la cosa pública, generó un grave problema al creer que ese órgano intermedio serían los partidos políticos; cercenaron los sindicatos, las juntas de vecinos, la iglesia eliminó las comunidades de base, las federaciones y los Centros de Alumnos eran elegidas a dedo.  El sujeto-colectivo se transformó en el individuo-cliente, para él todo se taza y tranza, se piensa en números y la racionalidad se traduce en una constante competitividad (aunque no se sepa para qué, ni con quién), y para competir se necesita creer que se avanza, aunque sea en una rueda de hámster.

Transformar eso requiere cuestionarse el conjunto del sistema, no una parte de ella, pues eso nos llevaría a darle una aspirina al enfermo, pero en ningún motivo darle de alta y sacarlo sano del Hospital, o la clínica –según sea el lector–. 

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