viernes, 15 de agosto de 2014

Montañas


Volcán Licancabur, desde Bolivia, 2014.
Las ventajas de convivir al rededor de montañas son enormes, tal como el tamaño de cada una de ellas. A minutos de nuestras casas, de nuestros trabajos, de nuestros colegios y/o universidades podemos acceder a otros lugares de nuestro territorio, abstraernos de la rutina, de los problemas y aunque pocas veces mencionada, también nos permite ampliar nuestra perspectiva de vida. En más de alguna ocasión hemos escuchado, por supuesto sin darle el real peso que tiene, frases como "la única forma de comprender el mundo es viajando". Argumentamos que nuestra falta de tiempo, nuestra falta de lucas, nuestra falta de cualquier cosa, nos impide hacer lo que nos gusta, liberarnos aunque sea por unas horas, por un día. Aquí las montañas son relevantes, pues no hace falta viajar mucho para darnos cuenta del lugar en el que vivimos y "mirarlo" de otra forma, desde arriba sin pretensiones divinas. Esas "otras formas" nos facilita entender dónde estamos situados, qué hacemos como sujetos en sociedad (el gran dilema persona/sociedad), precisamente para luego "volver" y hacer lo mismo pero de diferente forma, cambiando pero sin ser distintos. 

Las montañas guardan energías increíbles, desde arriba -y aunque sea paradójico- nos vemos más pequeños, y nos acercamos a esa inmensa naturaleza que nos obliga a pensar en mundos posibles, abandonando la idea de que el ser humano es el ser supremo por antonomasia. Al volver, tal como un viajero en tránsito que vuelve después de un largo recorrido por el mundo, no volvemos a ser los mismos al tomar la micro o esperar el metro, algo nos incomoda de este lugar. 

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