El neo-colonialismo busca hacernos creer que en África la presencia humana es casi nula. O que en Latinoamérica la violencia es un mal endógeno, instalada ya como una tradición. Nos llenan de documentales sobre África en donde los actores principales son los animales y la naturaleza salvaje, en donde esa huella humana aparece como adorno. Nosotros mismos reproducimos ese imaginario pandillero a través del arte (cine, fotografía y música principalmente). De vez en cuándo escuchamos noticias sobre algún programa de caridad privado financiado por los Estados del Norte -Europa y EEUU- a través de sus ONG's (muchas veces fundadas por empresas multinacionales) que buscan intervenir y llevar la "ayuda humanitaria" a esas zonas habitadas por "incivilizados". Pareciera ser que la construcción de ese estereotipo ha legitimado intervenciones todo tipo (política, económica y militar) ante el desorden social local. Pero hay que aclarar aquí, que el caos y las guerras civiles provocadas en África se deben fundamentalmente a la fragmentación del territorio, no a los avatares del destino según el discurso hegemónico, pues en un mundo donde las tierras productivas son cada vez más escasas, se hace indispensable el shock generalizado para facilitar el robo.
La violencia por su parte, tanto en África como en Latinoamérica tiene precisamente su origen en la sucesiva implantación de estructuras (Colonias, Estado-Nación, Dictaduras), que desconocen y anulan un conjunto de tradiciones que se manifiestan como normas sociales que otorgan sentido (proyecto de vida individual o familiar), pertenencia a un lugar (arraigo) e identidad (colectiva/individual). De esta manera se impide el reconocimiento mutuo en tanto dispositivo de producción de nuevas normas sociales. No se trata tampoco de legitimar el absurdo relativismo cultural, sino más bien de comprender que, en un inevitable contacto entre grupos diferentes, conllevaría a una relación de reciprocidad que se observa como socialmente justa para ambas. Reconocer al otro, tomar aspectos de su cultura y a su vez entregar aspectos de la mía, implica una transformación. Ambas cambian, se reconocen e incorporan sin la necesidad de anular al otro. Pero, ¿puede existir intercambio socialmente justo bajo la imposición de una institucionalidad que busca eliminar a la otra? Lo que surge allí de manera más nítida es el trauma social, que se constituye como germen de esa violencia que, tanto en nuestra región como en África, se hace recurrente. Sólo falta ver dónde poner el foco, dónde buscar las raíces de este problema para otorgar soluciones que eviten su reproducción.
Sabemos que la colonización hoy no tiene presencia física, no existe un funcionario imperial, un colono estereotipado como tal, se trata más bien de aspectos simbólicos y de persuasión; se exporta una forma de vida, se exportan sus centros comerciales donde comprar precisamente esa forma de vida, y en nombre de la globalización (tal como el Dios de otra época) se les despoja de poder soberano a sus habitantes. Así, los Estados metropolitanos y periféricos asumen su rol en la economía global; "unos dan materias primas, otros la procesan y fabrican tecnología", "unos venden, otros compran". La presencia evolucionista sigue a la orden del día bajo esta premisa.
La riqueza de unos, es el empobrecimiento de otros (desde la misma lógica capitalista).
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